Editorial: ¿Es posible la democracia en Nicaragua?
Una y otra vez cae presa Nicaragua del caudillaje. ¿No es acaso fértil el suelo nicoya para que germine el poder popular?
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Editor: Equipo editorial de Realidades
«Democracia, democracia, democracia». Escuchamos hablar tanto de ella que pensamos conocerla, pero más allá de que involucra elecciones, de que en teoría es una manera de empoderarnos a todos, poco sabemos los nicaragüenses de lo que implicaría realmente darle al pueblo el poder.
En Nicaragua, desde la fundación de su primera república en 1821, todos los políticos han pretendido hablar en nombre del pueblo. Qué entendían por pueblo variaba mucho, como también lo que decían. En todo caso, realmente en pocas ocasiones hubo una traducción efectiva de los intereses de las mayorías en acción política.
Paradójicamente, las revoluciones han sido los vehículos de la desintegración de cualquier retazo de democracia en el país.
Empoderaron y otorgaron derechos a muchos en distintas áreas, tanto es cierto. Pero también, con su entretejido de poderes nuevos, cada cual más resiliente que el anterior, con facultades antaño impensadas incluso para los más despóticos monarcas, se aseguraron de que el derecho sea medido en relación a un autócrata.
Siguen la observación del periodista y teórico político francés Bertrand de Jouvenel, que en su obra Sobre el Poder explicaba cómo “el conjunto de derechos, funciones y recursos constituido durante la era monárquica en beneficio del rey ha pasado sencillamente a otras manos, las de los representantes del pueblo”.
Y a veces es sólo un representante, volviendo a esa forma monárquica que pretendieron repudiar nuestros antepasados con la fundación de esta república. ¿Cuál será el problema?
Unos apuntan a la cultura, otros a condiciones económicas, otros a factores teológicos, biológicos. Lo cierto es que construir una república en ningún lado es fácil. Durante la mayor parte de la historia humana, el hombre ha gobernado sobre el hombre con violencia.
Distintas formas de señorío atestiguan a la universalidad del autoritarismo. Construir una democracia de cierto modo es ir en contra de la naturaleza humana y hace falta mucho esfuerzo de muchas personas conseguirlo. No debe sorprendernos, pues, la cantidad de democracias fallidas, sino que hayamos visto una democracia funcional siquiera.
No ayuda tampoco que nuestro territorio yazca donde confluyen tantos intereses. Ya lo notó Pablo Antonio Cuadra en El Nicaragüense:
Cuenta Oviedo que los españoles para entenderse con los indios, preferían hacerlo con una sola cabeza y no con muchas y les “quebraron” (a los Chorotegas) “esa buena costumbre”, es decir, los obligaron a abandonar su forma de gobierno democrático y los hicieron gobernarse por Caciques. Yo le cité una vez, en una conversación, a un Embajador yanqui este párrafo de Oviedo, para que se diera cuenta que es muy vieja la tendencia de los imperialismos a preferir entenderse con los dictadores que con las democracias, pero me parece que no quiso darse por entendido.
Ese mismo pasaje nos da una base para defender la democracia, a pesar de todo. Tras más doscientos años sumidos en este experimento ilustrado, la aspiración democrática, más aún que la democracia en sí, se ha convertido en una tradición nicaragüense.
Ya no conocemos otra cosa. Hasta nuestros dictadores sueñan con ser elegidos del pueblo y no se atreven —al menos no todavía— a ponerse una corona.
Podemos tomar como ejemplo los experimentos exitosos de las naciones europeas, pero tratar de encajar sus instituciones a nuestra realidad nos condena al fracaso. Al final Nicaragua, como nación mestiza, bebe fundamentalmente de esa tradición europea.
Pero el camino para constituir un sistema político estable por encima de cualquier otra consideración de forma no va a venir sino de nosotros mismos. No podemos aprender a pensar como franceses o estadounidenses porque no somos ni lo uno ni lo otro, pero podemos aprender a pensar como otro tipo de nicaragüenses, los que queremos ser y con los que queremos vivir.
La democracia se pierde cuando la ambición supera al acuerdo racional del colectivo. Sólo puede haber democracia ahí donde hay raciocinio, algo que se cultiva lentamente y tanto a nivel individual como social. El ideal democrático no nace del vacío, sino que deriva y se nutre de otros principios y valores —la continencia, la humildad, la responsabilidad—, como lo entendían los antiguos cuando hablaban de la virtus civica, la virtud cívica.
Los tristes fines de la democracia nicaragüense no son más que síntomas del declive de una sociedad sin rumbo y sin eje. Una sociedad que a diario discute el cómo, pero rara vez contempla el por qué.
- Podés ver nuestra serie sobre la democracia aquí: El valor de la democracia