De general a “traidor”: muerte y vida de Humberto Ortega Saavedra

Ortega en una conferencia de prensa el 1 de octubre de 1983.

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Autor: Realidades

    Madrugada en Managua, ajetreo en el Hospital Militar. Los médicos intentan reanimar a Humberto Ortega Saavedra, paciente geriátrico de setenta y siete años, ingresado el 11 de junio pasado ante signos de un ataque cardíaco.

    Son las 1:55 de la mañana de un 30 de septiembre. Del general en retiro, fundador del Ejército Popular Sandinista, el público no sabe nada desde que la prensa independiente informó de aquel ingreso hace casi tres meses.

    Diez horas más tarde, Nicaragua entera descubre que murió a las 2:30 AM, cuando presidencia lamentó el fallecimiento con una nota protocolaria. El mismo gobierno que lo encerró, el gobierno de su hermano.

    El general tiene quien le escriba

    El 19 de mayo en el medio argentino Infobae publicó una entrevista realizada por el periodista Fabián Medina a Humberto Ortega.

    Habló de su hermano, el presidente Daniel Ortega; del «rumbo autocrático, absolutista que el partido de gobierno», el Frente Sandinista al que alguna vez perteneció; del pobre prospecto de una sucesión dinástica y la falta de un heredero con peso; incluso acusó a elementos dentro del partido de querer verlo muerto.

    El 21 de mayo, agentes de la Policía Nacional rodean su casa, irrumpen y le decomisan todos sus aparatos electrónicos. Oficialmente está bajo la protección del gobierno —están preocupados por su salud, según la nota policial— y un equipo médico.

    Para la mayoría de los observadores su situación es clara: casa por cárcel.

    VEA EL VIDEO: Ex-jefe del Ejército Humberto Ortega clamó por ayuda antes de morir

    Tras su muerte, el periodista Carlos Fernando Chamorro desde el exilio reveló su «última proclama» —así la definió la revista Confidencial—, la cual grabó en un teléfono celular escondido en caso de emergencias.

    «Me suspendieron todas mis libertades. Mi hogar y Unidad de Protección han sido invadidas y clausuradas por decenas de unidades y tropas especiales de la Policía Nacional con armas de guerra», dijo el fallecido.

    Se declaró preso político. Denunció la desaparición del coronel retirado, Johnson Laínez, jefe de su escolta, y de su esposa. Expuso el deterioro de su salud. Pronosticó su propio «desenlace fatal» y, al final, pidió a su hermano clemencia.

    El dúo dinámico

    «El presidente Daniel Ortega» dice el general en retiro, «[tiene] en sus manos la solución inmediata para la libertad incondicional de mi persona» y procede a recordar otros tiempos en ese último mensaje, mejores tiempos para los hermanos Ortega, cuando vestían uniformes militares y con determinación veían marchar a sus soldados y rodar los tanques soviéticos.

    Los tres hermanos Ortega se habían involucrado con la guerrilla del Frente Sandinista en la década del sesenta. El menor, Camilo, murió en febrero de 1978 combatiendo contra la Guardia Nacional de Anastasio Somoza Debayle, último gobernante de una dinastía que dominó la política nicaragüense entre 1936 y 1979.

    Pero los hermanos sobrevivientes tampoco resultaron ilesos. Daniel estuvo preso entre 1967 y 1974 en relación al asesinato de un militar somocista; Humberto perdió la movilidad en la mano derecha al recibir un disparo en un operativo con el que pretendían liberar al fundador sandinista Carlos Fonseca Amador en Costa Rica. Por eso le llamaban «mancucho».

    Los hermanos Ortega estuvieron en el centro de lo que terminó llamándose «revolución popular sandinista» a ojos del mundo. Ambos son reconocidos por idear, junto con el comandante Víctor Tirado, la estrategia de lucha urbana que llevó al colapso del somocismo a costa de inmensas bajas civiles.

    Y una vez hubo que estructurar el nuevo gobierno para reemplazar a la dictadura, ambos se posicionaron de tal modo que ocupaban ambas esferas, la civil y la militar, del poder en Nicaragua.

    El 18 de julio de 1979, días después de que el último Somoza abandonase en avión Nicaragua, en medio aún de combates e incertidumbre, y con el ojo del mundo posado sobre el país, Daniel es designado presidente de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional.

    «Humberto Ortega mete a Daniel en la Junta como un libretazo. Todas las coordinaciones se hacían por radio, y al anunciar Humberto la designación de Daniel se tomó como una decisión de la Dirección Nacional», recopila el periodista Fabián Medina en El preso 198, su libro perfil sobre Daniel Ortega.

    Humberto tendría que esperar hasta el 22 de agosto para recibir el mando del Ejército Popular Sandinista, el nuevo ejército nacional que reemplazaría a la Guardia de Somoza, pero que en la práctica funcionaba como el brazo armado del Frente Sandinista.

    Humberto Ortega y Fidel Castro a su llegada a la sexta reunión de los Países No Alineados en Cuba el 2 de septiembre de 1979.BETTMANN (BETTMANN ARCHIVE) Humberto Ortega y Fidel Castro a su llegada a la sexta reunión de los Países No Alineados en Cuba el 2 de septiembre de 1979. BETTMANN (BETTMANN ARCHIVE)

    Y aunque en sus memorias el escritor y ex-vicepresidente sandinista Sergio Ramírez asegura que el candidato principal era otro, el comandante Henry Ruiz, Humberto sostuvo que él «se nombró solo», revelando la batería de poder que ambos hermanos compusieron.

    «¿Quién me iba a nombrar a mí? Si nosotros teníamos el poder total. Nadie iba a decir no a Humberto Ortega. Nadie iba a proponer a otros que no fuera yo. ¿Por qué? Porque era obvio que si nosotros llevamos el peso fundamental al final en esa lucha, y si fue la tendencia insurreccional la que abrió las puertas de la victoria, era lógico que Daniel  fuera el presidente y Humberto el hombre de las fuerzas armadas. Eso no era discusión», dijo Humberto a Medina.

    «Comandante en jefe» sería su cargo durante los próximos quince años.

    «Nunca vamos a discutir el poder»

    Cuando el gobierno revolucionario encaró a la coalición de ex-somocistas, campesinos desposeídos y guerrilleros descontentos con el rumbo marxista del nuevo régimen, lo que luego llamarían «Contrarrevolución», aunque ellos mismos usasen «Resistencia Nicaragüense», Humberto Ortega les hizo frente.

    Aunque el 19 de mayo de 2024 dijo a Infobae que él había promovido «un modelo democrático de pluralismo político, economía mixta y no alineamiento», lo cierto es que el general Ortega fue uno de los más acérrimos defensores de la permanencia indefinida del Frente Sandinista en el poder.

    Y su defensa, además de militar, era política.

    «Nuestro pueblo ya votó el 19 de julio de 1979… con las armas en la mano y con la sangre de cincuenta mil nicaragüenses, votó por sí mismo, por el sandinismo», dijo Ortega al diario oficial Barricada en 1980, cuando se planteaba la duda de si habría elecciones en Nicaragua, una promesa del frente amplio antisomocista en los últimos años de la anterior dictadura.

    Un año más tarde, el 25 de agosto de 1981, declararía públicamente que el liderazgo sandinista no se había «comprometido con las elecciones que ellos piensan vamos a impulsar» porque «nosotros nunca, ya lo dijimos en otras ocasiones a través de la Dirección Nacional (del Frente Sandinista), vamos a ir a discutir el poder».

    No hubo, en efecto, discusión alguna. A pesar de la celebración de elecciones en 1984, el Frente Sandinista utilizó su maquinaria estatal para limitar y reprimir el esfuerzo opositor.

    Un boicot de la oposición resultó en unas elecciones anómalas. El Frente compitió sólo con otros partidos de extrema izquierda y, como resultaba evidente, el candidato sandinista fue ungido presidente por el liderazgo del partido abriendo 1985. Así llegó Daniel Ortega a la presidencia por primera vez.

    La década de dictadura sandinista entre 1979 y 1990 trajo al país una crisis económica como jamás había visto en su historia. Distintos estimados ubican los muertos de la guerra entre diez y cuarenta mil, muchos de ellos jóvenes entre los catorce y dieciocho años forzosamente reclutados desde 1983 gracias a la ley del servicio militar obligatorio.

    Los acuerdos de paz centroamericanos a finales de los ochenta llevaron al liderazgo del Frente Sandinista a acceder a elecciones libres. Los sandinistas en 1990 perdieron la elección ante Violeta Barrios de Chamorro, candidata de la Unión Nacional Opositora, pero no perdieron todo su poder.

    Gobernando desde abajo

    «Nosotros no nacimos arriba, nacimos abajo y vamos a gobernar desde abajo. Ahora que hay un poder popular, estamos en muchas mejores condiciones para, en un corto tiempo, volver a gobernar este país desde arriba», proclamó el expresidente Daniel Ortega el 26 de febrero de 1990, un día después de su derrota electoral.

    «Gobernar desde abajo» sólo era posible por un hecho fundamental: el ejército seguía llamándose «popular», seguía siendo sandinista y seguía bajo el mando de Humberto Ortega Saavedra. Esto probablemente motivó la ley del 10 de mayo, que otorgaba amnistía en nombre de la «reconciliación» por todos los delitos políticos y comunes cometidos en el contexto de la guerra civil.

    El poder de Humberto Ortega aún en un gobierno opositor al sandinismo era tal que, cuando su escolta asesinó a balazos a Jean Paul Genie, un joven de 16 años de edad que el 28 de octubre de 1990 adelantó al vehículo del general en la autopista Managua-Masaya, nadie respondió por el crimen.

    «La investigación policial no identificó a ningún sospechoso y estuvo salpicada de numerosas irregularidades, como, según informes, la no investigación de posibles pruebas y la muerte en circunstancias sospechosas de un subcomandante de policía que participó en las primeras investigaciones», describe un informe de Amnistía Internacional de 1994.

    Los primeros cuatro años del gobierno de Violeta Barrios de Chamorro, Nicaragua arrastraba a una institución castrense partidaria y sectaria en defensa de una oposición que, a la menor oportunidad, llamaba a la violencia y a la huelga, las «asonadas» con las que el Frente Sandinista demostraba su poder presionando al gobierno liberal.

    Al mismo tiempo, grupos de excombatientes se rearmaban. Recompas (ex-sandinistas) y Recontras sostenían enfrentamientos entre sí y contra las fuerzas del orden público, y no era extraño que un asesinato político ocupase la portada de algún periódico nacional.

    El retiro del general

    Unos medios dicen que el 3, otros que el 4 de mayo de 2005 falleció doña Lidia Saavedra, madre de los hermanos Ortega, a sus noventa y ocho años. Lo cierto es que el 5 de mayo llegaron a la catedral de Managua dos carrozas fúnebres. Una de Humberto, la otra de Daniel.

    El cardenal Miguel Obando y Bravo, obispo de Managua, tuvo que mediar entre los dos hermanos. Reportes de la época hablan de una controversia: Humberto quería a su madre inhumada en Jardines del Recuerdo, un cementerio privado, más propio del estatus y la clase de la que gozaban los hermanos desde su ascenso al poder.

    Daniel, por su parte, quizá buscando cuidar la imagen de «hombre del pueblo» que llevaba cultivando de cara al próximo ciclo electoral, disponía enterrarla en el Cementerio General de Managua. Su deseo se cumplió, pero el altercado exhibió al público la distancia que había crecido entre los hermanos desde que Humberto se apartó de la política y el ejército en 1995.

    Esa distancia venía gestándose desde hacía tiempo. Desde que estuvieron clandestinas en Costa Rica, Rosario Murillo, esposa de Daniel, nunca congenió con Ligia Trejos, esposa de Humberto. Y conforme Murillo fue ganando más protagonismo y control sobre la vida de su esposo, la brecha se iba ensanchando.

    Para cuando Daniel Ortega vuelve a la presidencia el 10 de enero de 2007, Murillo ya lo había acuerpado cuando sufrió un infarto en 1994, cuando el Frente Sandinista se partió en dos con la conformación del Movimiento Renovador Sandinista en 1995 y a costa de su propia hija, Zoilamérica Narváez, cuando esta acusó a su padrastro de abuso sexual en 1998.

    La nueva presidencia de Ortega, caracterizada por él mismo como la «segunda fase de la revolución sandinista», no incluyó a su hermano, pero tenía el sello de Murillo por todos lados, desde la ropa —pasando del olivo militar al blanco «de la paz»— hasta la paleta de colores, la música de campaña y cosas tan nimias como la tipografía o algunas palabras y términos en los discursos.

    El 10 de enero de 2017 (casualmente, el cumpleaños setenta de Humberto), Murillo superó a cualquier otra primera dama en la historia del país, al ser nombrada vicepresidenta de la República de Nicaragua. Tal cambio fue sólo posible gracias a una reforma legal de 2012 que imponía una cuota del 50% de mujeres en todos los cargos de elección pública en el país.

    «Esta compañera… ejerce funciones de presidenta de la república de este país porque aquí lo que hay es una copresidencia», dijo su esposo en la apertura de la XXXIX Legislatura de la Asamblea Nacional en 2023, para entonces en su cuarto periodo presidencial consecutivo y quinto en total.

    De la «cohabitación» a la «traición»

    El nuevo régimen sandinista de Daniel Ortega y Rosario Murillo fue sacudido por un estallido social en abril de 2018. Varias expresiones de violencia estatal primero contra jubilados, luego contra estudiantes y finalmente contra la población civil de manera sistemática, llevaron a la imposición de un estado de sitio.

    Los manifestantes demandaban la renuncia de Ortega y paralizaron el país con barricadas en las carreteras. Al final del año, organismos de derechos humanos como la Comisión Interamericana calculaban unos 355 muertos a manos del Estado.

    «El principal responsable de la situación que estamos viviendo es el Estado de Nicaragua», declaró el general en retiro en julio de 2018. Ahondó más el 19 de mayo de 2024, en la entrevista que le costó la libertad y, en última instancia, la vida.

    «El pecado más grande del Ejército… fue la tolerancia con civiles armados, en particular con paramilitares, que sus aparatos de seguridad e inteligencia tenían registrados, que sabían dónde estaban, sabían dónde se movían y que, incluso, toleraron que se armasen», acusó Humberto Ortega.

    Y en 2021 habló a favor de una segunda amnistía (la primera se vio en 2019) para los presos políticos encarcelados por el régimen sandinista, así como abogó por «elecciones libres [que] aseguran alcanzar un acuerdo nacional para la convivencia respetuosa entre todos, gobernados en paz, plena libertad y democracia, ley y orden».

    Su receta para acabar con la crisis nicaragüense la sumaba en tres palabras: «convivir, cohabitar, coexistir». Desde la oposición fue criticado por, a su ver, forzar a las víctimas a rehacer sus vidas junto a sus victimarios, pero quizá su mayor crítico fue su propio hermano.

    «Él le vendió su alma al diablo», declaró Daniel Ortega el martes, 28 de mayo de 2024, una semana después de que su hermano fuese puesto en casa por cárcel. Sin mencionarlo por nombre, atacó a su hermano por haber cedido la condecoración militar Camilo Ortega Saavedra a un coronel estadounidense en 1992, misma que ese día declaró anulada.

    «El jefe del Ejército en ese entonces cometió el sacrilegio de entregarle esa orden… la medalla al valor Camilo Ortega Saavedra al yanqui. Qué vergüenza, ¡qué vergüenza!, fue una traición al pueblo, a la patria», afianzó Ortega, haciendo a un lado la relación que alguna vez mantuvo con su hermano.

    El gobierno de Nicaragua no decretó ni un sólo día de duelo nacional para el fundador de su Ejército, como sí ha hecho para otros altos mandos sandinistas e incluso para extranjeros. Tampoco hubo un funeral de Estado, supuestamente por respeto a los deseos de privacidad de sus cinco hijos.

    El mismo día de su muerte, el fuego consumió la carne de quien en vida fuera uno de los hombres más poderosos del país. Al día siguiente, el 1 de octubre, «en cumplimiento de su voluntad» sus hijos dieron sepultura a las cenizas en una ceremonia privada.

    Así cayó Humberto Ortega Saavedra.